Luis Fumanal Otazo (1924-1998), director artístico de la fábrica de loza de San Claudio durante el periodo de 1952-1989, consiguió poner a la fábrica ovetense a nivel europeo en la década de 1970, tanto por el diseño formal de vajillas y otras piezas de uso cotidiano, como por la variedad y riqueza de las técnicas decorativas empleadas.
La presente exposición, comisariada por el especialista Marcos Buelga, tiene como objetivo poner de relieve la importancia de esta figura, para la cual se han conseguido reunir toda una serie de piezas y dibujos procedentes, en su mayor parte, del depósito de obras que la familia del artista dejó en su día en el Museo de Bellas Artes de Asturias. A través de ellas pretende mostrarse la interesante contribución hecha por Fumanal desde su puesto de trabajo en Asturias a la cerámica española del siglo XX.
A su llegada a Oviedo en 1952, la fábrica se encontraba en un momento óptimo de expansión, con una buena situación económica y unas instalaciones modernizadas en las que los hornos túnel Kerabedarf acababan de ser construidos. Era pues un momento propicio para que el joven decorador vasco se planteara su asentamiento definitivo, asumiendo el reto de dirigir una fábrica que se disputaba con la Cartuja de Sevilla el primer puesto en la producción nacional de lozas. Fumanal comenzará su labor de dirección siguiendo de cerca la desarrollada por su predecesor, Fernando Somoza Soriano (1927-2006), quien además de asesorarle seguiría trabajando durante algún tiempo como grabador para la fábrica desde su domicilio en Madrid.
Será en la década de 1970 cuando Luis Fumanal inicie el giro más significativo de toda su actividad profesional, modificando sustancialmente el tipo de producto elaborado en San Claudio. El cambio venía a coincidir con otra etapa álgida de la fábrica ovetense pero en último término era el resultado de su madurez como ceramista, precisamente en un momento que podríamos definir como de renacimiento de la loza española. Solo así se explica que, tras una asimilación sorprendente de las nuevas tendencias de la cerámica industrial del momento, que conocía de primera mano por sus viajes a Inglaterra, Francia y Alemania y a la vez por el seguimiento de la labor de sus colegas europeos a través de revistas especializadas como Pottery Gazette, Die Schaulade y otras, la fábrica de San Claudio alcanzase de repente un éxito nacional sin precedentes, acorde al impulso modernizador sostenido durante las dos décadas anteriores y especialmente tras la puesta en marcha del plan de ampliación de 1971.