Virgen con el Niño, ca. 1660-1665, de Bartolomé Esteban Murillo

Programa la Obra Invitada

Virgen con el Niño (ca. 1660-1665) de Bartolomé Esteban Murillo es La Obra invitada del Museo para el primer cuatrimestre de 2015. Procedente de la Colección Masaveu, se trata de una obra paradigmática del pintor, en la que se muestra toda la humana divinidad de la Virgen y de Cristo.

El Programa La Obra invitada tiene como misión traer al Museo de Bellas Artes de Asturias durante un periodo de tres meses destacadas obras procedentes de coleccionistas particulares o de otras instituciones nacionales e internacionales que contribuyan a reforzar el discurso de la colección permanente, bien porque permitan profundizar en aspectos ya contemplados por la colección, bien porque permitan cubrir lagunas que en ella puedan detectarse.

La obra escogida para este primer cuatrimestre de 2015 ha sido el lienzo Virgen con el Niño (ca. 1660-1665), realizado por el pintor barroco Bartolomé Esteban Murillo y prestado para la ocasión por la Colección Masaveu, una de las principales colecciones privadas de arte en España. Intensamente vinculada desde sus orígenes a Asturias, el núcleo fundacional de la Colección Masaveu fue constituido por D. Pedro Masaveu Masaveu (1886-1968), e incrementado extraordinariamente por su hijo, D. Pedro Masaveu Peterson (1939-1993). A su muerte, su única heredera y hermana, María Cristina Masaveu Peterson (1937-2005), salvaguarda de la Colección familiar, decidió entregar en calidad de dación tributaria 410 pinturas que constituyen la Colección Pedro Masaveu, depositada en el Museo de Bellas Artes de Asturias. En la actualidad, la gestión y cuidado de la Colección Masaveu han sido cedidos a la Fundación María Cristina Masaveu Peterson, que ahora avanza en la difusión y estudio de este extraordinario legado.

Bartolomé Esteban Murillo (Sevilla, 1617-Cádiz, 1682) es uno de los grandes nombres de la pintura española de la Edad Moderna. Perteneciente a la segunda generación de maestros del barroco, se formó en los últimos destellos del primer naturalismo de la mano del pintor Juan del Castillo, asimilando después, hacia la década de 1650, las formas del pleno barroco. Murillo desarrolló su carrera en y para Sevilla, y su éxito se basó fundamentalmente en su personal tratamiento de los temas religiosos, en los que fusionaba elementos italianos y flamencos con la tradición hispánica.

Virgen con el Niño (ca. 1660-1665) de Bartolomé Esteban Murillo. Colección Masaveu

Virgen con el Niño (ca. 1660-1665) de Bartolomé Esteban Murillo. Colección Masaveu

 
Paradigma de su producción es precisamente el cuadro Virgen con el Niño, también conocido como La Madonna Masaveu. Pintado hacia 1660-1665, en su primera madurez, es una obra de afortunada simplicidad y singular atractivo, basado en el aplomo de los personajes iluminados directamente, en su suave gestualidad y en el colorido profundo de las ropas de la Virgen. En el grupo, de carácter compacto, sobresale la sensación de severidad mezclada con dulzura y la mirada directa al espectador de Madre e Hijo. Característicos resultan también el modelo femenino y su delicado gesto protector, correspondido por el Niño, que posa la mano sobre un seno. Esta sencilla conexión no es, como ha señalado el especialista en pintura barroca Ángel Aterido, una banal muestra de afecto, sino que manifiesta la naturaleza humana de Cristo. En cambio, su divinidad sólo es destacada con el breve destello luminoso alrededor de su cabeza.

Este espléndido lienzo preside durante su exposición la sala barroca de la principal pinacoteca asturiana. Además, coincidiendo con su exhibición se expondrán en la misma sala otras dos obras del artista presentes en las colecciones del Museo: San Pedro y San Fernando, depósito este último del Museo Nacional del Prado.

Por otra parte, en torno a la Obra invitada se ha articulado un intenso programa de actividades, que incluye desde conferencias a visitas guiadas así como un ciclo de cine, las cuales contribuirán sin duda a la difusión y mejor conocimiento del cuadro.

Homenaje al pintor Paulino Vicente en el XXV aniversario de su fallecimiento

En 2015 se celebra el veinticinco aniversario de la muerte de Paulino Vicente, que falleció en Oviedo el 13 de agosto de 1990. Coincidiendo con esta efeméride, el Museo de Bellas Artes de Asturias ha organizado esta exposición homenaje, que reúne medio centenar de obras realizadas por el pintor entre 1918 y 1973 y escogidas de entre los fondos de la propia pinacoteca y los conservados por los familiares del artista. Esta selección de pinturas y dibujos nos descubre a un pintor preciso en el trazo y diestro en el manejo del color, enraizado con los clásicos pero también innovador; a un creador que, a lo largo de su vida, y a través de los distintos géneros que practicó, realizó una crónica humana y geográfica de toda una generación.

Aunque el propio Paulino Vicente siempre consignara como fecha de nacimiento el año 1900, vino en realidad al mundo en Oviedo el 5 de noviembre de 1899, sintiendo la vocación artística desde fechas muy tempranas. Estudió primero en el Círculo Católico de Oviedo y en la Escuela de Artes y Oficios de la capital asturiana y, gracias a una beca de la Diputación, continuó su formación en la Escuela Superior de Bellas Artes de San Fernando en Madrid, pasando entonces a formar parte del grupo de artistas e intelectuales de la Residencia de Estudiantes, especialmente del integrado por los asturianos Antonio y Eduardo Torner, Antón Capitel, Ángel Muñiz Toca, Julio Gavito y Jerónimo Junquera. Entre 1929 y 1931 se perfeccionó en Italia con otra beca de ampliación de estudios en el extranjero de la Diputación. A partir de 1933 compaginaría la pintura con la docencia artística en los institutos de enseñanza media de Sama de Langreo, Aramo y Alfonso II de Oviedo, y durante un corto periodo de tiempo (de 1932 a 1934) en la Academia Provincial de Bellas Artes. Después de la guerra civil desempeñó diferentes cargos institucionales, como el de jefe de Artesanía (1941) y el de restaurador de obras de arte de la Diputación Provincial (1952). En 1979 fue nombrado hijo predilecto de Oviedo y en 1990 de Asturias, obteniendo ese mismo año la medalla al mérito en las Bellas Artes.

Paulino Vicente practicó diversos géneros, principalmente pintura costumbrista, paisaje, incluyendo vistas de ciudades (como los rincones de su querido Oviedo), bodegones, pintura religiosa y retratos. Este último supone casi el ochenta por ciento de su producción. Retratista predilecto de la burguesía ovetense desde los años cuarenta, inmortalizó también a muchos de los personajes españoles y extranjeros más importantes de su tiempo, algunos de ellos en su célebre serie de “Españoles fuera de España”. Fue, además, un excelente muralista y dibujante.Con esta muestra el Museo quiere rendir un homenaje a este creador, tan vinculado al ambiente artístico ovetense y asturiano.

De andecha, 1925, de Paulino Vicente

De andecha, 1925, de Paulino Vicente

Cajas. 10 propuestas de cerámica artística en Asturias

La exposición Cajas. 10 propuestas de cerámica artística en Asturias, es continuación de las celebradas en este mismo Museo en 2007 y 2011, bajo los títulos Entre cuencos. 12+1 propuestas de cerámica artística en Asturias y Vasos. 10 propuestas de cerámica artística en Asturias.

Comisariada por Alfonso Palacio, director de la pinacoteca, y por el prestigioso ceramista Manuel Cimadevilla, este nuevo proyecto ha reunido, como en ocasiones anteriores, a una serie de artistas asturianos pertenecientes a distintas generaciones, cultivadores de distintas disciplinas y exponentes de los más variados estilos, a los que se les ha dado la posibilidad de acercarse a la cerámica artística -que apenas o nunca habían cultivado hasta ese momento- de la mano de Manuel Cimadevilla. También, como en aquellas ocasiones, de lo que se trata mediante esta experiencia es de seguir fomentando el trabajo conjunto y en plano de igualdad entre la figura del ceramista y la del pintor o escultor que se enfrenta con su bagaje a un nuevo campo de experimentación técnica y formal, plasmando todo su universo artístico en las reducidas dimensiones de una serie de cajas de porcelana y gres y venciendo las dificultades técnicas gracias al apoyo especializado de Cimadevilla.

Así mismo, las condiciones de partida de Cajas. 10 propuestas de cerámica artística en Asturias fueron similares a las fijadas en 2007 y 2011. Si en la primera edición de este proyecto se escogió el cuenco como forma a partir de la cual realizar este trabajo de experimentación, y en la segunda el vaso, en esta tercera fase se ha elegido una tipología distinta aunque igualmente versátil, la de la caja.

Los artistas seleccionados son: María Álvarez, Carlos Álvarez Cabrero, Irma Álvarez-Laviada, Juan Fernández, Francisco Fresno, Adolfo Manzano, Jorge Nava, Pablo de Lillo, Carlos Suárez y Javier Victorero. Cada uno de ellos ha acudido por separado al taller con el fin de realizar una serie de piezas en porcelana y gres, sin tener ninguna referencia sobre el trabajo realizado por sus compañeros, y presenta ahora en la muestra tres piezas cerámicas de pequeño formato y una serie de dibujos, apuntes y bocetos previos al trabajo cerámico, seleccionados de entre los llevados a cabo y que reflejan sus reflexiones sobre cartulina blanca o negra.

Así, María Álvarez Morán (Luanco, 1958) resume en sus cajas su mundo leve, frágil, creado a base de delicadas armonías formales y cromáticas, tan opuesto al de Adolfo Manzano (Bárzana de Quirós, 1958), cuyas cerámicas están dotadas de una fuerte dimensión escultórica, e incluso poética, incluyendo una de ellas un breve texto. El pintor figurativo Juan Fernández (Piedras Blancas, 1978) despliega toda su hondura retratística llenando sus cajas de formatos redondeados con sus habituales figuras estilizadas y desnudas, en las que es perceptible su maestría en la línea, en el trazo. También de resonancias figurativas son las cajas de Francisco Fresno (Villaviciosa, 1954), aunque en su caso protagonizadas por hojas de árboles, elementos de la Naturaleza que le permiten reflexionar sobre la misma, en un entorno natural incomparable como el del taller de Cimadevilla en Villabona. La naturaleza es también la protagonista de las obras de Pablo de Lillo y de Jorge Nava. Así, el mundo orgánico marino invade las tapas y contenedores de las cajas de Pablo de Lillo (Avilés, 1969), mientras Jorge Nava (Gijón, 1980) las llena con sus personales motivos zoomórficos y fitomórficos. Diametralmente opuestas son las “cajas-sepultura” y “cajas chinas” de Carlos Álvarez Cabrero (Oviedo, 1967), plagadas de mordacidad, iconoclastia, y de una característica expresividad no del todo ajena al mundo del cómic. Más geométricas son las propuestas de Irma Álvarez-Laviada, Carlos Suárez y Javier Victorero. La gijonesa Irma Álvarez-Laviada (1978) investiga en la descomposición del formato caja en módulos, donde contrastan los llenos y los vacíos. Coincide con Javier Victorero (Oviedo, 1967) en la decoración geométrica, aunque en el caso de este último más esencial y concentrada, con un vigor cromático muy neogeo. Por último, Carlos Suárez (Avilés, 1969) trabaja en la idea de caja como cubo partido, enfatizando también, al igual que Irma, la tensión entre llenos y vacíos.

Cajas. 10 propuestas de cerámica artística en Asturias

Cajas. 10 propuestas de cerámica artística en Asturias. Fotografía: Marcos Morilla.

Retrato del pintor Fermín Arango, ca. 1934, de Ignacio Zuloaga

El Programa La Obra invitada tiene como misión traer al Museo de Bellas Artes de Asturias durante un periodo de tres meses destacadas obras procedentes de coleccionistas particulares o de otras instituciones nacionales e internacionales que contribuyan a reforzar el discurso de la colección permanente, bien porque permitan profundizar en aspectos ya contemplados por la colección, bien porque permitan cubrir lagunas que en ella puedan detectarse.

La obra escogida para este último cuatrimestre de 2015 ha sido el lienzo Retrato del pintor Fermín Arango, ca. 1934, de Ignacio Zuloaga, procedente del Museo Ignacio Zuloaga de Pedraza de la Sierra (Segovia), que se expondrá entre el 15 de octubre de 2015 y el 10 de enero de 2016 en la sala 18 del edificio de la Ampliación.Ignacio Zuloaga y Zabaleta (Éibar, Guipúzcoa, 1870-Madrid, 1945) es uno de los artistas más destacados de la pintura figurativa española del cambio de los siglos XIX a XX. Muy vinculado al ambiente artístico de París, su pintura se desarrolló primero en la órbita del postimpresionismo, caracterizándose por una fina sensibilidad cromática e influida por Degas, Manet y el simbolismo. Más tarde dio un giro y pasó a inclinarse por una paleta oscura y matérica, de marcado claroscuro, así como por composiciones rotundas, de dibujo preciso y fuerte, en las que incide en la teatralidad y en un fuerte efectismo visual. Sus expresionistas paisajes en la tradición de El Greco, Velázquez y Goya, sus expresivos retratos y sus temáticas de majas, enanos y toreros lo vinculan entonces a la visión tremendista de la Generación del 98, de la que se convierte en paradigma. Ya al final de su vida, a partir del inicio de la década de los años treinta, se interesó por los paisajes y bodegones (a los que hasta entonces no había dedicado, como tema independiente, demasiada atención) y, sobre todo, por los retratos de personalidades de su círculo próximo.

Retraro del Pintor Fermín Arango

Retraro del Pintor Fermín Arango, ca. 1934, de Ignacio Zuloaga

Claro ejemplo de su labor como retratista de su círculo íntimo es este cuadro, que representa al pintor asturiano Fermín Arango (Santalla de Oscos, Asturias, 1874-Pontoise, París, 1962). En este retrato Zuloaga mira a Arango de pintor a pintor, y por ello lo inmortalizada de cuerpo entero, en posición de tres cuartos, pintando un lienzo al aire libre en la cima de una loma. Arango aparece con la paleta y los pinceles en las manos, mientras una caja con otros pinceles, frascos y tubos de pintura se encuentra a sus pies y, algunos de estos últimos, sobre el mismo suelo. Una capa oscura, como la mayor parte de su atuendo, cubre su cuerpo. En su figura sobresale la cabeza, muy bien perfilada e iluminada, con su cabello y barba canos, así como con una penetrante mirada que se clava directamente en la del espectador. Toda la figura se recorta sobre un fondo aborrascado de grises nubarrones, característico de otros cuadros de Zuloaga. La pincelada es larga y notablemente empastada. En opinión de Javier Barón, “es seguro que Zuloaga vio en las facciones de Arango la nobleza propia del antiguo hidalgo español”, como las había observado también en su tío Daniel y en su amigo Pablo Uranga, a quien había hecho en 1905 un retrato que, según el citado autor, parece presagiar el de Arango.

Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor

La acción-instalación Nuevo Paraíso, es un proyecto específico creado por Vicente Pastor (Barcellina, Luarca, 1956) para el edificio de la Ampliación del Museo de Bellas Artes de Asturias.

Nuevo Paraíso es el título de la instalación resultado de la acción llevada a cabo por el artista Vicente Pastor (Barcellina, Luarca, 1956) en el Museo de Bellas Artes de Asturias el pasado 14 de julio. Se trata de una obra con una fuerte carga geopolítica, social y artística, generada durante un proceso de desvelamiento y montaje de la pieza que tuvo unos cincuenta minutos de duración. La pieza principal, tanto de la acción como de la instalación, es un barco, bautizado en su proa precisamente como “Nuevo Paraíso”, y que es contemplado como ave fénix que renace para recuperar la dignidad perdida a través de un ritual chamánico que pone en valor los elementos primigenios, la esencia de las cosas, la relación entre la Vida y el Arte.

Este ritual comenzó en torno a un gran arcón de hierro oxidado que ocupaba, sobre una superficie de lona negra que cubre la totalidad del suelo, el centro del atrio de la Ampliación. Abierto de forma violenta, a golpes y martillazos, de él fueron sacando Vicente Pastor y sus tres ayudantes (Mel, Gerardo y Ernesto) todos los objetos que formarían parte de la intervención: troncos de árboles, ramas con hojas, colas de caballo, bidones, barro y fregonas y, por último, una gran caja de transporte que contenía el protagonista de la intervención: la maqueta del transatlántico “Nuevo Paraíso”, al que el arcón sirvió enseguida como peana, construyéndose después sobre él una especie de cabaña protectora, hecha con troncos y ramas, reforzado por el valor ancestral de las colas de asturcón que se dispusieron a su alrededor. La performance concluía con un “toque pictórico”, con una capa de barro líquido que, aplicado a base de “brochazos” de fregona rodearía toda la estructura principal de la instalación. Según afirma el propio artista, esta acción-instalación nos habla del Arte en Asturias, de su fragilidad y del abandono por parte de las instituciones. Y es que, para Pastor, parece que el arte asturiano estuviera, como el barco, encerrado en una caja y sin que nadie mire para él, un Arte que, a través de esta intervención, reivindica sacar a la luz.

Toda la acción ha sido desarrollada con un marcado proceso de concentración, siguiendo un ritmo natural, definido por el sonido del agua (del mar y de la lluvia) y por el ritmo adagio de un metrónomo. El artista destaca cómo este ritmo natural se opone al frenético en el que vivimos día a día, en el que no procesamos nada por la cantidad de información visual y auditiva que nos rodea. Un día a día en el que todo se engulle sin reflexionar, en el que prima solo lo nuevo, lo espectacular.

Acompañada de una proyección en la que se alternan elementos de la vida diaria del artista en Luarca, la instalación Nuevo Paraíso se podrá visitar hasta el próximo 13 de septiembre. Hasta esa fecha, la obra de José María Navascués permanecerá expuesta en la sala contigua, en íntimo diálogo con Vicente Pastor.

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor. Fotografía: Marcos Morilla.

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor. Fotografía: Marcos Morilla.

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor. Fotografía: Marcos Morilla.

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor. Fotografía: Marcos Morilla.

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor. Fotografía: Marcos Morilla.

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor. Fotografía: Marcos Morilla.

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor

Un momento de la acción Nuevo Paraíso, de Vicente Pastor. Fotografía: Marcos Morilla.

Copa Doble, 1991, de Eva Lootz

Copa doble, 1991, de Eva Lootz es La Obra invitada del Museo para el segundo cuatrimestre de 2015. Procedente de la Colección Liberbank, su autora es una de las principales referentes de la escultura española de las últimas décadas.

El Programa La Obra invitada tiene como misión traer al Museo de Bellas Artes de Asturias durante un periodo de tres meses destacadas obras procedentes de coleccionistas particulares o de otras instituciones nacionales e internacionales que contribuyan a reforzar el discurso de la colección permanente, bien porque permitan profundizar en aspectos ya contemplados por la colección, bien porque permitan cubrir lagunas que en ella puedan detectarse.

La obra escogida para este segundo cuatrimestre de 2015 ha sido la escultura Copa doble, 1991, realizada por la artista austriaca Eva Lootz y prestada para la ocasión por la Colección Liberbank, una de las principales colecciones de banca en Asturias.

La artista austriaca Eva Lootz (Viena, 1940), que reside en España desde mediados de los años sesenta, es uno de los principales referentes de la escultura de las últimas décadas. De hecho, junto con Adolfo Schlosser (1939-2004), tuvo un papel pionero en la nueva escultura española, desarrollada principalmente a partir de los años ochenta y que tendría su primera visualización pública en la exposición En tres dimensiones, organizada en Madrid por la Fundación Caja de Pensiones en 1984.

La escultura presentada en el Programa La Obra invitada del Museo de Bellas Artes de Asturias formó parte en 1992 de una interesante exposición en la galería Juana de Aizpuru de Madrid. Esta muestra apuntó a una nueva dirección de su obra definida por una composición escenográfica y minimalista del espacio con piezas que exhibían de forma asertiva su cualidad de objeto escultórico, mediante su forma depurada, su gran tamaño y el uso de un material tradicional como el bronce.

Copa doble es una pieza en bronce dorado, de 162 centímetros de altura, compuesta por dos copas tan unidas que visualmente parecen formar una sola unidad bifurcada. En la poética de Lootz, las copas en bronce dorado se relacionan con la forma atávica del cono y de la montaña, al tiempo que reflexionan en torno al concepto de polaridad, como juego de lo positivo y lo negativo, o contraposición, como en este caso, del cono vacío del vaso y el lleno de su base. Además, la obra se constituye como una metáfora visual de lo femenino en el arte, algo muy habitual en su producción posterior, representándolo en este caso a través de un contenedor que alude a los conceptos de pérdida o agujero, que la artista configura como una forma de belleza fría y depurada.

Copa doble es la primera obra escultórica del Programa y la primera en exhibirse en el recientemente inaugurado edificio de la Ampliación, pues presidirá la sala 27, en la segunda planta del edificio de Mangado, arropada por otros artistas que contribuyeron a la renovación de la pintura y la escultura en los años ochenta como los pintores Miquel Barcelò, José Manuel Broto, Miguel Ángel Campano y José María Sicilia, y escultores como Miquel Navarro.

Copa doble, 1991, de Eva Lootz. Colección Liberbank

Copa doble, 1991, de Eva Lootz. Colección Liberbank

Homenaje a Orlando Pelayo en el 25 aniversario de su muerte

El Museo de Bellas Artes de Asturias expone una selección de veintiséis obras de entre la amplia producción que el Bellas Artes posee de Orlando Pelayo (22 dibujos, 6 esculturas, 13 estampas y 33 pinturas). Con esta muestra, que coincide con el veinticinco aniversario de la muerte del pintor, el Museo quiere rendir homenaje a quien sin duda ha sido uno de los artistas de mayor proyección internacional nacidos en nuestra región. El 15 de marzo de 2015 se cumplen veinticinco años del fallecimiento de Orlando Pelayo (1920-1990), pintor nacido en Gijón que se vio obligado a marchar de España en 1939 con rumbo, en un primer momento, a Orán. En la ciudad argelina residió hasta 1947, frecuentando el rico ambiente artístico e intelectual de aquel lugar y entrando en contacto con escritores de la talla de Albert Camus y Jean Grenier, con los que siguió viéndose en su siguiente destino, París.

En la capital gala Pelayo comenzó a realizar un arte de marcado acento expresionista, que se combinaba con la asimilación de las enseñanzas postcubistas, hasta 1955, fecha en que el pintor inició una nueva etapa caracterizada por un intento de aunar la descomposición en planos del motivo representado, también de ascendencia cubista, y la utilización de un brillante colorido, próximo al fauvismo, y que le valió la aplicación del calificativo de “solar”. Esta serie de obras, de entre las que el Museo expone ahora en la segunda planta del Palacio de Velarde el óleo titulado Ícaro (1958), preludiaron su inmersión en la abstracción, en una etapa que se prolongó entre 1959 y 1962, y a la que pertenece su serie Cartografías de la ausencia, ejemplificada en la muestra con Asturias del recuerdo y Paisaje.

En 1962 la figura volvería a aparecer en su obra con su serie Retratos Apócrifos, a la que siguieron hasta el final de su vida otras como La Pasión según Don Juan, Historias de España, Relatos, Anales Apócrifos e Historias Apócrifas, las cuales evidenciaban en el título su obsesión por revisar los orígenes de su patria de una manera no real pero sí verosímil. Poblada de personajes espectrales y de una luz como procedente del más allá, tal y como se percibe en lienzos como La Celestina y Los Oteadores, la pintura de este artista, caracterizada por una gran agilidad y espontaneidad, empezó a trascender a partir de ese momento la anécdota para proyectarse hacia una intemporalidad en la que siempre se dio una gran importancia al juego con el color y la materia.

El año 1972 marcó un punto de inflexión en esta última línea de creación formal, la cual se caracterizará a partir de entonces por el uso del acrílico y el cambio en la composición de sus figuras, que de espectros se transforman en seres con cabeza esférica, torso sin extremidades y conexiones tubulares.

Además de pintor, Orlando Pelayo fue autor de una más que destacable obra gráfica y de una no muy amplia pero sí interesante producción escultórica. De esta última se expone también ahora una breve representación a través de los pequeños bronces Figura y Menina.

Los oteadores, 1967, de Orlando Pelayo

Los oteadores, 1967, de Orlando Pelayo

La Celestina, 1970, de Orlando Pelayo

La Celestina, 1970, de Orlando Pelayo

El detector de verdades, 1972-1979, de Orlando Pelayo

El detector de verdades, 1972-1979, de Orlando Pelayo

Ícaro, 1958, de Orlando Pelayo

Ícaro, 1958, de Orlando Pelayo

Asturias del recuerdo, 1959, de Orlando Pelayo

Asturias del recuerdo, 1959, de Orlando Pelayo

Tres geometrías para el Palacio de Velarde, de Eugenio López

Programa de proyectos específicos

La  exposición Confluencia, Acople, Núcleo. Tres geometrías para el Palacio Velarde es un proyecto específico creado por Eugenio López (Oviedo, 1951) para el Museo de Bellas Artes de Asturias.

Eugenio López (Oviedo, 1951) es uno de los artistas españoles con mayor proyección nacional e internacional dentro de las tendencias geométricas y constructivas en el arte. De formación autodidacta, se estableció en Menorca a principios de los años setenta, donde ha venido desarrollando una intensa y concentrada creación artística que ha pasado por el pop, el expresionismo figurativo, la abstracción gestual y el conceptualismo, hasta llegar a desarrollar, a principios de los años ochenta, un lenguaje coherente y personal con la geometría como eje principal.

La muestra individual de Eugenio López, titulada Confluencia, Acople, Núcleo. Tres geometrías para el Palacio de Velarde, continúa el programa de proyectos específicos realizados por artistas contemporáneos en el Museo de Bellas Artes de Asturias. Es, además, la tercera individual del artista en la pinacoteca asturiana, tras las celebradas en 1984 y 1990, que supusieron el primer impulso y la consolidación de su carrera respectivamente.

Ahora, veinticinco años después de la última de ellas y en un momento de plenitud creadora, Eugenio López se adueña, por primera vez, del espacio expositivo del Museo para vaciarlo, desnudarlo, desocuparlo y, con ello, reocuparlo con su geometría pura. Como sus predecesores, Eugenio López ha concebido un proyecto específico para el patio y sala de exposiciones del Museo, que continúa su exploración en torno a la que desde hace tiempo es su máxima preocupación artística: la geometría. Y, en especial, en torno a todo lo que la misma puede representar: el diálogo entre el lleno y el vacío, la tensión entre fuera y dentro, la decantación entre el blanco y el negro, el debate entre lo bidimensional y lo tridimensional, el equilibrio entre lo visual y lo mental.

En la sala de exposiciones, el artista recubre sus muros con una doble intervención geométrica: Núcleo y Acople. Acople se estructura por una diagonal que atraviesa tres muros de la sala, dividiendo las paredes en su habitual bicromía negro-blanco, mientras Núcleo, en el testero, se ha concebido como un intenso círculo rojo sobre fondo blanco que, en contraste con el resto del conjunto, ocupa el centro de esta cuarta pared. Con su característica economía de medios y pureza en el trazado y en el color Eugenio López parece perseguir aquí la creación de un espacio de meditación y silencio.

Esta doble composición es, al mismo tiempo, complementaria de Confluencia, una geometría que ocupa el centro del patio de columnas, generando su propio espacio y apoderándose de él. Está formada por una gran plataforma cuadrangular negra en la que se inscriben dos formas triangulares blancas que convergen, conformando a través de sus líneas y ángulos otro plano espacial. La tensión generada en esta huída de la bidimensionalidad produce a su vez un dinamismo que contrasta con el estatismo del patio de columnas del Palacio de Velarde. Y es que, como ha señalado el propio artista, en este proyecto resalta el diálogo que se establece entre las tres composiciones, dos verticales y una horizontal, y también entre los ámbitos tan diferentes que la acogen, ubicados ambos en el Palacio de Velarde, sede principal de la pinacoteca asturiana.

Vista de Confluencia en el patio del Palacio de Velarde

Vista de Confluencia en el patio del Palacio de Velarde. Fotografía: Marcos Morilla.

Vista de Confluencia en el patio del Palacio de Velarde

Vista de Confluencia en el patio del Palacio de Velarde. Fotografía: Marcos Morilla.

Acople, de Eugenio López

Acople, de Eugenio López. Fotografía: Marcos Morilla.

Confluencia, de Eugenio López en el patio del Palacio de Velarde

Confluencia, de Eugenio López en el patio del Palacio de Velarde. Fotografía: Marcos Morilla.

Núcleo y Acople, de Eugenio López

Núcleo y Acople, de Eugenio López. Fotografía: Marcos Morilla.

Darkness at noon, de Avelino Sala

Programa de proyectos específicos

Avelino Sala (Gijón, 1972) es en este momento uno de los artistas asturianos con mayor proyección nacional e internacional. Artista, comisario y editor, reside y trabaja en Barcelona. Su producción, siempre alegórica y abiertamente crítica, gira normalmente en torno a conceptos relacionados con la sociedad actual, sus crisis y esperanzas, analizadas desde una perspectiva tardo-romántica. Precisamente en torno a la identidad, a la historia, al “no lugar” y a la recuperación de la memoria gira la muestra Darkness at noon, proyecto específicamente diseñado para el Museo de Bellas Artes de Asturias. Su título, Darkness at noon (Oscuridad al mediodía), remite a la célebre novela del autor británico aunque de origen húngaro Arthur Koestler (1905-1983).

La muestra compartía con la novela no solo el título, sino también su carácter distópico, que el artista veía reflejado en la antiutopía en la que se ha convertido la Asturias actual. Estaba compuesta por casi una veintena de obras, entre dibujos de gran formato y una instalación con forma de alfombra, concebida para ser transitada y que invadía el dieciochesco patio del palacio de Velarde. A través del dibujo, técnica de fuerte raigambre clásica, y de una instalación de intensas connotaciones industriales, el artista asturiano rememoraba objetos de distintas empresas vinculadas al territorio astur: logos, diseños y gadgets de todo tipo que le permiten, partiendo de un elemento concreto, analizar la historia y reflexionar en torno al agotamiento tanto industrial como empresarial de nuestra región. El abrebotellas de Cervezas El Águila Negra, la toalla de Ensidesa, el lápiz de La Voz de Asturias y la bolsa de plástico de Simago eran algunos de esos gadgets desterrados que Sala rescata del olvido. Objetos que, convertidos en iconos, eran también, de alguna manera, mudos testigos de uso, de procesos de desindustrialización y de conflictos laborales que han marcado nuestras vidas. Eran recuerdos que servían al creador para rescatar la memoria personal y colectiva en un ejercicio de recuperación de “otras” historias, esas que quizás no conformaban la versión oficial y que, sin embargo, eran tan importantes para la comunidad. Todo ello para realizar, en suma, y como el propio artista afirmaba, una arqueología de la memoria de una región que se debate entre un pasado en un tiempo de esplendor y un futuro incierto por el que debemos pelear. Y es que la idea de este proyecto no es mantener un discurso apocalíptico gratuito, sino re-localizarnos en un lugar (en este caso, en un “no-lugar”) desde el que intentar cambiar las cosas.

Vista del patio - Darkness at noon

Visita general de la exposición en el Museo de Bellas Artes de Asturias. Fotografía: Kike Llamas.

 

Tercera exposición del programa dedicado a artistas contemporáneos en el Museo (que se inició en otoño de 2013 con Fulgor, de Ramón Isidoro y tuvo su continuación, ya en 2014, con Negro silencio, de Tadanori Yamaguchi), fue comisariada por el propio director de la institución, Alfonso Palacio. Como sus predecesoras, perseguía consolidar la institución como un centro vivo que aglutine las corrientes artísticas actuales y las ponga a dialogar con sus antecedentes a través de cuidados proyectos ideados expresamente para el centro por artistas contemporáneos de sólida trayectoria, los cuales establecían un intenso diálogo con el ámbito que les acoge. También pretendía continuar la exploración de los lenguajes y discursos por los que avanza nuestra creación, ofrecer una plataforma más, en este caso institucional, para su exhibición, y reforzar la relación del Museo con lo más reciente del arte hecho por las distintas generaciones que habitan en nuestra comunidad. Era, además, la primera exhibición que introducía en la pinacoteca asturiana un discurso reivindicativo y de reflexión económica, social y política en torno a la situación actual de la región.

Darkness at noon

Visita general de la exposición en el Museo de Bellas Artes de Asturias. Fotografía: Kike Llamas.

Visita Darkness at noon

Visita general de la exposición en el Museo de Bellas Artes de Asturias. Fotografía: Kike Llamas.

Exposición Darkness at noon

Visita general de la exposición en el Museo de Bellas Artes de Asturias. Fotografía: Kike Llamas.

Negro Silencio, de Tadanori Yamaguchi

Programa de proyectos específicos

Tadanori Yamaguchi, artista japonés afincado en Asturias, es licenciado en Arte Creativo por la Universidad de Kyoto (Japón). Desde su instalación en la región en 1997, a donde llegó gracias a una beca del Ministerio de Asuntos Exteriores de España, ha venido desarrollando una intensa y prolífica labor creativa, que ha sido presentada en numerosas exposiciones individuales y colectivas en salas de exposiciones, galerías y museos de Asturias, León, Santander, Murcia, Madrid, Barcelona, Portugal, Londres y Japón. Dedicado fundamentalmente a la escultura en piedra granítica y mármol, destaca también en el ámbito de las instalaciones, la pintura y el diseño de proyectos de arte público, algunos de ellos en colaboración con los hermanos Portilla Kawamura. Sus obras, fruto del dominio de la materia, de una profunda síntesis expresiva y de una exquisita sensibilidad estética, han sido reconocidas con algunos de los principales galardones artísticos de la región, como el del XLIII Certamen Nacional de Arte de Luarca (2012) y el Primer Premio en el IX Certamen Nacional de Pintura Casimiro Baragaña (2013).

Negro silencio fue un proyecto específicamente diseñado para el Museo de Bellas Artes de Asturias. La muestra estuvo compuesta por una serie de piezas escultóricas, pinturas y dibujos, a través de los cuales el artista japonés reflexionó sobre aspectos tan variados como el origen y la evolución de la vida, los secretos de su formación y el tiempo asociado a la misma, la pervivencia de la energía vinculada a la materia, el misterio insondable de la creación y el papel del artista como demiurgo o hacedor, capaz de insuflar espíritu y aliento poético a todo aquello que toca. Así se apreció en obras como El Transcurrir de la vida…, serie de cuatro piezas instalada en el patio de Velarde que nos mostró la evolución de las formas desde el volumen prístino del cubo perfecto a las formas moleculares, plenas de vida (o de muerte, por asociación con su color negro), presentes en su producción más reciente y moduladas por la mano hábil del artista sobre la dura piedra de Calatorao. Volúmenes pesados (cada pieza supera los 200 kilos de peso) y compactos que contrastaron con la levedad férrica de Hélice y Doble hélice, esculturas instaladas en el mismo patio de Velarde que se desarrollaban como “dibujos en el espacio”, inmortalizando el recorrido y la transformación de la vida. Esta visión se completó en la sala con otras dos estructuras moleculares y, muy especialmente, con sus trabajos sobre el Big Bang, en los que las formas estallaban, nacían y se transformaban a través del fino trazo dibujístico o del kizamu, término polisémico japonés que hace alusión al paso del tiempo pero también a las acciones de rayar, de grabar, y que era utilizado por Tadanori para referirse a una peculiar técnica en la que, a través del paso del tiempo y mediante el rayado insistente (en ocasiones llega hasta las dos mil incisiones) de una mezcla de resina con polvo de mármol, yeso y pintura, conseguía transmitir toda la fuerza expresiva de la gran explosión creadora del Universo.

Tadanori Yamaguchi

Tadanori Yamaguchi, El transcurrir de la vida, 2014. Fotografía: José Ferrero

En palabras del propio artista, con este proyecto trataba de crear escultura. Al comenzarla, al tallarla, se aplicaba fuerza al material, energía, pensamiento, tiempo e ideología. El sentimiento de ese crecimiento, de ese proceso, por consiguiente de esa vida, aquí representada, se convertía en una forma que era derramada por la mano que la creaba. Ese acto era por tanto ARTE, por tanto VIDA, por tanto MUERTE.

José Ferrero, El transcurrir de la vida, 2014. Fotografía. Museo de Bellas Artes de Asturias

Tadanori Yamaguchi, El transcurrir de la vida, 2014. Fotografía: José Ferrero

José Ferrero, El Transcurrir de la vida, 2014. Fotografía. Museo de Bellas Artes de Asturias

Tadanori Yamaguchi, El transcurrir de la vida, 2014. Fotografía: José Ferrero

La exposición, comisariada por el director de la institución, Alfonso Palacio, continuó el programa dedicado a artistas contemporáneos en el Museo que se inició en otoño de 2013 con Fulgor, de Ramón Isidoro. Con este programa expositivo la pinacoteca asturiana persigue consolidar la institución como un centro vivo que aglutine las corrientes artísticas actuales y las ponga a dialogar con sus antecedentes a través de cuidados proyectos ideados expresamente para el centro por artistas contemporáneos de sólida trayectoria, los cuales, como Tadanori Yamaguchi, establecen un intenso diálogo con el ámbito que les acoge. También pretende continuar la exploración de los lenguajes y discursos por los que avanza nuestra creación, ofrecer una plataforma más, en este caso institucional, para su exhibición, y reforzar la relación del Museo con lo más reciente del arte hecho por las distintas generaciones que habitan en nuestra comunidad.

Vista general de la exposición

Tadanori Yamaguchi, Vista general de la exposición, 2014. Fotografía: José Ferrero

Vista general de la exposición. Sala

Tadanori Yamaguchi, Vista general de la exposición, 2014. Fotografía: José Ferrero