Fecha de ejecución:
1967
Técnica:
Técnica mixta sobre arpillera
Medidas:
150 x 150 cm
Procedencia:
Donación de Plácido Arango Arias en 2017
En esta obra se aprecia la habilidad del pintor para manipular el soporte y hacer de él, incluso por encima del color, el verdadero motor de la emotividad de la pieza. Esta intervención se concentra en los dos grandes costurones, vertical y horizontal, que recorren la arpillera, los cuales sirven como poderoso elemento articulador e incluso constructivo de la representación. De ellos puede encontrarse un antecedente en los trabajos realizados por el italiano Alberto Burri a finales de los años cuarenta. En segundo lugar, sobre esa superficie negra también se despliega toda una serie de signos que, junto a la carga matérica, introducen una vertiente gestual. Algunos podrían ser interpretados como ecos lejanos de un abecedario al que le cuesta encontrar una correcta articulación. Finalmente, para el caso concreto de esta composición, cabría reflexionar también sobre ese cuerpo central que aparece con plena fuerza, y que ha de identificarse con el guerrillero muerto. Su materialidad es tan grande que podría equipararse a una especie de “amasijo” de tela, pero en este caso rasgada, agujereada y lacerada, sobre la que se vierte el cromatismo a base de negros, blancos y escalas de rojos, aquí identificados con la propia sangre del fallecido, más o menos adensados y grumosos. De este modo, junto con las anteriores, parece incorporarse también a la obra, mediante esa laceración, una tercera dimensión, igualmente propia del arte informalista europeo de posguerra, como es la relacionada con cierta investigación espacial en torno al soporte. Por otra parte, en ese núcleo central parece cristalizarse, más que en ningún otro lado del cuadro, un aspecto tan frecuente en el hacer de Miralles como es la articulación de la obra de arte en torno a un principio de construcción y otro de destrucción en continua lucha. Un zapato, a modo de collage, pone el punto y final, en clave dramática, a la representación, dotando además de una cierta connotación un tanto arte povera a la pieza.
Toda esa estructura central guarda estrecha relación con el arquetipo del homúnculo, y por lo tanto del dolor y la muerte, que nutrió muchas de las obras de este pintor realizadas en esta época, y sobre el que el propio Millares teorizó en un artículo publicado en 1959.